Desperté, empecé a desperezarme. Mis oídos estaban alertas a los sonidos de la mañana. Mi madre poniendo la tetera, mi hermana saliendo de la ducha, mi madre sacando las tazas para su desayuno y la voz de mi hermana diciendo 'Buenos días' a mi madre. Luego la puerta de mi garaje cerrándose, señal de que debía levantarme, pero mis ojos no se abrieron.
Lo intenté de nuevo. Nada. Los sobé con mis manos y sentí dureza. Estaban pegados. Me quedé en silencio, escuchando para percibir si mi madre estaba en la cocina aún. Oí el televisor pero nada más. Seguía mi silencio. En eso la puerta de mi cocina. 'Mamá', dije. No obtuve respuesta. '¡Mamá!', alzando más la voz. 'Ay', respondió. 'Ven un rato', dije.
Sentí sus pasos en la escalera despacio. 'Abre', le dije cuando tocó la puerta. Escapó de ella un gemido ahogado. 'Mamá no puedo abrir los ojos y me pican'. Bajó sin decir nada, trajo gasas y manzanilla. Me limpió... o al menos lo intentó, pero seguía sin poder abrir los ojos. Me dolían y tenía mucho calor. Me alcanzó la ropa que usaría ese día según mis indicaciones. Bajamos.
En la cocina mi padre ya esperaba ansioso. Podía sentirlo respirar y dar vueltas en ella. '¡Corancito!', me dijo con su voz angustiada. Ahí empecé a preocuparme. Mi madre fue a cambiarse mientras yo esperaba en la cocina. 'No comas nada, no vaya a ser que necesites que te saquen sangre', dijo mi padre. 'Rayos', pensé yo. Salí con mi madre.
Llegamos a una clínica que está a 5 minutos de mi casa por emergencias. Me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron con el doctor (que tenía voz agradable). Sentí que me observaba, anotaba en papeles y pedía análisis. Luego de que se llevaron las muestras, la enfermera me empezó a limpiar de nuevo. Ella tenía voz dulce, como de quien cuida a su hijo. '¿Te duele?', me preguntó, a lo que asentí con la cabeza y contenía las ganas de rascarme los ojos.
Eran como las 11 de la mañana y recién pude desayunar. Mi madre me dio de comer porque seguía sin poder abrir los ojos. Sentía que lloraba, pero las lágrimas se quedaban en mis párpados al principio, para luego escurrirse por los rabillos de mis ojos. Algo lavó las resequedades que no me permitían abrirlos. Me dormí.
Desperté e intenté ver. Nada aún. Seguía supurando. No sabía la hora, no sabía donde estaba, pero por olor supe que continuaba en la clínica. La enfermera se acercó y me dijo que mis padres se habían ido a casa hace unos minutos. Eran las 8 de la noche. Llegó mi hermana con mi mp3. No me emocioné mucho porque el silencio me estaba gustando. Era agradable oír su voz en medio de él.
Me volvieron a limpiar, mientras me explicaban que era una infección que seguro adquirí en la calle. 'Qué raro', expresé. Me habían puesto antibióticos en los ojos e intravenoso. Dolían los párpados y la aguja en mi antebrazo. Dirigí la cabeza a donde creí estaba la ventana y me dormí de nuevo. Así acabó mi viernes.
Sábado. Me despertó mi mamá y quise abrir los ojos, pero apenas noté algo de luz de la mañana. Ya ni lloré. Sólo me quedé echada esperando el desayuno mientras la enfermera me limpiaba otra vez. Ese día me la pasé dormida porque le dije a la enfermera que me dé algo para dormir. No quería intentar abrir los ojos otra vez por buen rato.
Domingo. Mi voluntad estaba algo golpeada, pero aún así lo intenté. Se abrieron mis ojos despacio. Escocían, dolían, la luz molestaba. 'Fotofobia', dije y los cerré mientras empezaban a lagrimear. Llamé a la enfermera y me dijo que eran las 9 de la mañana. Mientras desayunaba apareció el doctor. Curiosa abrí los ojos porque recién lo veía. Era guapo. La enfermera no tanto, pero tenía una sonrisa que calmaba. Me limpiaron otra vez, llegaron mis papas y me dieron de alta. Llegué a mi casa. Mi habitación estaba con la cama tendida. Sabía que mi hermana lo había hecho. Comí y dormí intranquila.
El lunes abrí los ojos por ratos y veía borroso. Me miré al espejo y estaban rojos. Eché las gotas y dormí. Me indicaron descanso y descansé. Para el miércoles el dolor casi no se sentía, pero la luz molestaba aún. Y con el jueves llegó el chequeo médico. 'Puedes realizar tus actividades normales, sin exponerte mucho a la luz ni cansar la vista', dijo el doctor. Llegué a casa, dormí y prendí la computadora a las 12 del día con lentes de Sol puestos.
Me decepcioné de varios. Ello me hizo pensar en lo convenida que puede ser la gente. Mientras estás bien, todos ahí. Si no, ni te recuerdan. Notar y asumir esto fue casi tan triste como los días enferma. Estuve ciega con respecto a muchos 'amigos'. Recordé a Saramago y 'Ensayo sobre la ceguera' (y la película casi tan buena como el libro).
Oyendo "Bathwater" de No Doubt
You and your museum of lovers
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